Sed sobrios y velad, porque vuestro adversario el Diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar.
1 de Pedro 5:8
Uno de los aspectos más interesantes de la película Demoni (Lamberto Bava, 1985) es cómo, mediante un hechizo, la ficción cinematográfica invade la realidad del espectador ubicado en una sala de cine. Bastaba con que una sola persona utilizase la máscara demoniaca para ser infectada y así expandir la maldad. La acción de ponerse la máscara simboliza nuestra natural inclinación por el pecado, o la fascinación que el Mal ejerce sobre nosotros cuando nos encanta sentirnos subversivos y endemoniados, puesto que la santidad, por falta de conocimiento de la verdad, está más relacionada con la sumisión, la debilidad y la enajenación mental, y en consecuencia perjudica gravemente el status social adquirido o perseguido. En nuestra realidad inmediata, y en estos tiempos desconcertantes, el hechizo proviene igualmente de las pantallas que miramos y escuchamos cada día, y la máscara la tenemos tan asumida que ya ni siquiera sentimos la necesidad de tomarla. La hechicería babilónica que nos gobierna irradia su poder emitiendo manipulaciones y fantasmagorías que nos llegan a través del cine, prensa digital, la televisión y cualquier dispositivo audiovisual. En relación a ello, existe una macrodemonología ( ingeniería social, como dirían otros ) que estudia cómo crear un imaginario colectivo en torno a los virus, las cifras, los hechos, las hipótesis, las ideologías, la economía, las costumbres, las esperanzas. En consecuencia, tal y como sucede en la citada película, la locura se va apoderando de la mayoría de los hombres, y sólo quedan unos pocos hombres sensatos que sobreviven en un mundo gobernado por las tinieblas, inmersos en una especie de hipnosis global, donde la vida se confunde con la muerte, y el asesinato cometido contra la razón y la verdad se convierte en un culto de masas. Ya sea desde lo micro o desde lo macro, ese paralelismo entre fantasía y realidad, así como la posible ruptura del límite que las separa, será un interesante hilo de inspiración. Finalmente, la sociedad de la imagen y de los dispositivos de imagen y sonido, desde las computadoras, pantallas, monitores, hasta la telefonía móvil, tienen, en la tradición del cine fantástico popular ( véase Poltergeist, Minority Report, o la citada aquí mismo ) una connotación asociada a la comunicación con la realidad invisible o como instrumento de control de las conciencias. Este objeto de estudio de la macrodemonología no nos permite definir rostros o entidades a quienes darles un nombre o una personalidad delimitada, pero es el que está poseyendo las mentes de forma más sutil y efectiva.
No dejen de leer, por último, este artículo del que pueden extraer datos más concretos e ir saliendo de dudas. La tecnología contemporánea tiene el sello y las características de sus creadores, los daimons de la filosofía, los dioses en las religiones paganas, y definitivamente los demonios testimoniados en la Palabra de Dios. Y en virtud de ese mismo testimonio la tecnología es, si se lo permitimos, un poderoso instrumento de Dios para expandir la luz y la Verdad en el mundo, pues no hay excremento humano y demoníaco que Dios no pueda convertirlo en oro.