Entre las variadas lecturas que nos propone Hook, parémonos en la estricta representación de la batalla del bien contra el mal que vemos en esta película. Como cabía esperar, el capitán garfio posee los atributos propiamente satánicos: ególatra, manipulador, cínico y vil. Peter Pan vendría a ser una representación del bien, pero aquí aparece muy vinculado al carácter maligno de Garfio, y ello por dos razones: en primer lugar, la egolatría propia del mocoso de diez años que renuncia a crecer para ser siempre niño y divertirse. Tras esa vindicación infantil se esconde el mayor de los egoísmos, pues una vez Peter empezó a crecer, su egoísmo crece y encuentra un desarrollo en las ocupaciones propias de un adulto, como el trabajo y el éxito social y profesional. Peter Pan es un narciso, primero niño y después ya adulto, llevado siempre por la vanidad y el egoísmo. Ahora bien, la condición maligna de Peter Pan desaparece desde el momento en que vuelve a ser consciente de su paternidad tras un proceso de purificación, y sobre todo desde que el beso de Campanilla le despierta un amor hacia su esposa que necesitaba ser renovado, volver a ser consciente del motivo esencial de su matrimonio y de su paternidad, y despojándose de sus vanidades relacionadas con el trabajo y el dinero. A partir de ahí, la batalla final de Garfio contra Peter Pan ya es una representación del Mal contra el Bien.
El Mal, es decir, Garfio, utiliza el olvido como forma de dañar a las almas. Quiere que el hijo de Peter olvide su hogar y su verdadera familia como forma de pervertirlo, constituyéndose como señor de Nunca Jamás, el país maligno que nos hace olvidar, y Garfio ama a los relojes rotos porque no es posible el recuerdo donde ya no existe una determinada conciencia del paso del tiempo. Por otra parte, el recuerdo aparece como instrumento del bien, pues a través del acto de recordar es como podemos mantener el afecto hacia las personas y, en el caso de Peter Banning, a través del recuerdo comienza a redimirse. La película, en su trasfondo, habla de una rebelión contra el olvido mientras nos lleva a la aceptación virtuosa de los cambios, del progreso y de la madurez. Es entonces cuando Peter se convierte en señor de Nunca Jamás, el país de la felicidad eterna. Esta película es, sin duda, el evangelio de Steven Spielberg, por eso frecuentemente reniega de ella, porque siente que no supo decirle al mundo todo lo que quería expresar de forma correcta, con vocación de transformar las vidas de los espectadores. Mucha vanidad hay en ello, pero no dejemos de reconocer la complejidad temática de la película y todo lo que implica.