-Cuando empieza este tipo de fuego, es muy difícil apagarlo. Las tiernas ramas de la inocencia arden primero, y se levanta el viento y, entonces, todo lo bueno está en peligro- La mujer del leño
En Twin Peaks: Fire, walk with me, David Lynch estableció un escueto manual sobre cómo el Diablo pervierte y destruye a la juventud fomentando el consumo de drogas y las relaciones sexuales ilícitas. Lynch deja pistas y se puede intuir que es un tipo que sabe mucho de espiritismo y, por tanto, de demonología, aunque es más que evidente que su formación espiritual se basa en las filosofías new age, lo cual implica navegar en el mundo de los espíritus a ciegas, y sin ser consciente de los peligros que acechan. Para otra ocasión, sería interesante hacer un pequeño estudio de la serie televisiva, porque allí está el grueso y las claves de todo el asunto. En cualquier caso, esta película, al igual que la serie de televisión, es muy de su época, de principios de los noventa, y se revela como un reflejo y advertencia a aquellos que, a principios de los noventa, comenzaban a adentrarse en la adolescencia y sus peligros, fantasías y tentaciones. No es momento de abordar todos los simbolismos y los laberintos de David Lynch, lo más interesante es el entramado en el cual aparecen los jóvenes protagonistas seducidos por el sexo y las drogas mediante agentes humanos ( proxenetas, hombres perversos, etc), la utilización del Rock como ritmo y sonido seductor al servicio del Diablo, y la acción implícita de agentes y entidades de carácter preternatural que están en la cima de la pirámide del Mal, en el fondo manifestaciones demoníacas que poseen las mentes y matan a placer a través incluso de los propios padres de los jóvenes protagonistas.
Por otra parte, la relevancia sociológica de Twin Peaks es brutal, específicamente lo que significó para su época como reflejo, profecía y profundización en los aspectos más oscuros y terribles de la realidad. Por aquel entonces, el caso de las niñas de Alcàsser supuso, para muchos de nosotros, el fin de la inocencia. De repente, supimos que el Mal existía, y que los monstruos son reales. Paralelamente, al igual que los proxenetas y demás hombres perversos que aparecen en la película son solo la punta del iceberg que asoma sobre unas aguas profundas donde se esconden otros agentes humanos no revelados y entidades del mundo invisible implicadas en la seducción y destrucción de la inocencia juvenil, es más que sabido que Miquel Ricard y Antonio Anglés fueron solo una pequeña parte de un crimen donde participaron otras personas que han permanecido impunes, y permanecerán impunes hasta el día del Juicio, cuando todo lo que ha estado oculto será revelado.
Por último, a nivel melodramático, la película es una elegía protagonizada por los corazones rotos ante la imagen de un ángel caído, de cabellos rubios, ojos azules, de un pasado prístino rápidamente fulminado por las modas de la época. Algo parecido a la realidad, pues todos conocimos, en algún momento de la tierna infancia, a algún ángel rubio que, en la maldita década de los noventa, se dejó caer, seducido por las drogas, el sexo y determinados tipos de música.
Ojalá que el Fuego camine con nosotros y con nuestros jóvenes, pero sin olvidar que existe el Fuego de Dios, y el fuego engañador de Satanás.
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