La mejor manera de valorar y entender a una película como The Conjuring es verla como un paradigma sobre una de las maneras en que el Diablo trata de destruir a la familia nuclear y tradicional, institución sagrada y corazón de toda sociedad que pueda considerarse sana. Se nos narra una historia sobre una bruja que mata a sus hijos, y su espíritu posee a otras madres para que a su vez maten a sus propios hijos, algo que tiene su reflejo en la realidad actual, donde vemos casos de una violencia doméstica que supera a nuestras peores pesadillas, padres que asesinan a sus hijos o hijos que matan a los padres. Ciertamente, la película llega a una resolución emotiva y cargada de sensibilidad, pues la madre poseída por el ente maligno es finalmente liberada cuando su alma y corazón recuerdan vívidamente una escena familiar durante una estancia en la playa y junto al mar, representando así la armonía y la unión de una familia donde sus miembros se aman.
Por lo demás, la película desbarra bastante con ideas folclóricas sobre los espíritus malignos (las almas de los muertos) pero por otra parte acierta a la hora de explicar la posesión demoníaca en tres fases: en la primera fase, llamada Infestación, el sujeto percibe presencias, oye voces o susurros, o puede tener visiones de "aparecidos", sombras, u otros fenómenos extraños. En la segunda fase, consecuencia de la primera, llamada Opresión, la víctima es consumida por el terror, la sensación de impotencia y de estar desprotegida ante fuerzas inexplicables, ello la lleva a anular su voluntad, entregando su energía al ente maligno que la acosa y que se alimenta de su miedo. Y así culmina con la última fase, que es la Posesión propiamente dicha. Todo lo cual resulta bastante lógico y coherente con lo que sobre demonología se ha escrito, y con lo que hemos visto hasta ahora sobre la forma en que los demonios tratan de atacar a las personas que tienen algún tipo de vulnerabilidad psicológica y/o espiritual.
Por último, acerca del título de la película, el verbo conjurar tiene dos vertientes aparentemente opuestas: significa alejar o apartar algo o a alguien, o también significa invocar o atraer hacia sí la presencia de algo o alguien. Parece ser que en los rituales y exorcismos católicos se utiliza a menudo el conjuro, a la manera de los antiguos grimorios, y no sabemos exactamente sin con eso se expulsan o se atraen a los demonios. Por otra parte, parece que ni el Maestro Jesús ni sus apóstoles utilizaron alguna expresión similar al conjuro.
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