Desde el clásico de 1985 hasta su relectura a manos de Craig Gillespie en el 2011, Fright Night sería como una única pieza que resume, a golpe de parodias y actualizaciones del mito, y desde una perspectiva adolescente, el trayecto espiritual de quienes nunca conseguirán "madurar", es decir, dejar de creer en lo sobrenatural. Parece que la versión de Gillespie no hace otra cosa que explicitar y ponerle puntos sobre las íes al film original de Tom Holland, el cual presentaba a los aficionados al cine fantástico y de terror como gente particularmente sensible a la presencia del Mal en un sentido espiritual, seres ridículos a los que nadie podrá creer. Y volveríamos a la cuestión planteada en una entrada anterior; si el cine de terror es simplemente un entretenimiento morboso, o también una forma de alimentar la inquietud religiosa. Así pues, la película muestra a un Charley Brewster que traiciona su pasado, su amistad con los rechazados y marginados y su Fe para poder gozar de la mujer, planteada aquí, muy acertadamente, como un cebo hipersexualizado usado por el Enemigo con la finalidad de apartarnos de la lucha espiritual. Una vez más, la sensualidad femenina aparece como objeto que debilita y distrae, pero sólo hasta el momento en que ella empieza a creer y a participar de la lucha, acompañando a Charlie en ese retorno hacia la Fe. En ese sentido, la película tiene una conclusión que puede parecer idealista e inalcanzable, en la cual Charlie se queda con todo, con la Fe y con la chica, sin tener que elegir entre un camino u otro. Hay otros detallazos interesantes y a tener en cuenta. La presencia de la Cruz de Cristo, que en el filme de Holland estaba mucho más asociada al poder espiritual y tenía mayor protagonismo, aquí reduce su poderío e importancia en beneficio de clavos y estacas bendecidas por San Miguel. Pero sobre todo ese tramo final de la película, con Charley ataviado con ballestas, balas y pasamontañas a la caza del vampiro, nos vuelve a recordar que siempre estaremos a tiempo de recuperar la Fe, pero al precio de convertirnos en seres absolutamente ridículos. Es un signo de estos tiempos en los que vivimos.
En resumidas cuentas: cuando abandonamos la fe y una visión bíblica de la vida para obtener beneficios sociales, por el miedo al rechazo. Es difícil ser congruente con la Verdad sin ser percibido como alguien ridículo.
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