En lo referente a esas historias sobre soñadores que viajan a otros mundos, la película Avatar de James Cameron supuso una rúbrica definitiva a una riquísima tradición de viajes fantásticos, dentro de la cual podemos ubicar a Alicia en el país de las maravillas, El Mago de Oz, La Historia Interminable de Michael Ende, o incluso Peter Pan. Cameron, marcando distancias, llevó esta tradición al terreno de la distopía futurista, y en este sentido es fundamental el visionado de esta película en su versión extendida donde en los primeros minutos podremos ver a un Jake Sully que sobrevive en un mundo sin moral y decadente. En concreto, a destacar la panorámica de una urbe futurista que contiene todos los rasgos de la distopía: exceso de población, contaminación, ruidos, tecnología... y los ciudadanos que pasean por las calles con mascarilla, vaticinando un futuro en el que ya casi estamos. Pero Sully tiene la oportunidad de escapar de ese mundo viajando a Pandora, un planeta de vida aborígen, todavía pura y libre de la corrupción imperante en el planeta Tierra. Soñar con Pandora y ser transformado en una criatura Na' vi es para Sully un equivalente al viaje a las estrellas que culmina en algún lugar de los reinos celestiales. El mundo de los Na' vi, de hecho, se inspira en el mundo edénico anterior a la entrada del pecado por la desobediencia de Adán y Eva, donde los primeros humanos vivían en armonía con la naturaleza y con las leyes del Creador, y ahí radica el encanto y el poder sugestivo de esta película: presentarnos un mundo fantástico del cual todos podemos sentir nostalgia u anhelarlo desde lo más hondo de nuestras almas, porque el recuerdo de aquella vida prístina de nuestros primeros padres está de algún modo codificado en nuestra estructura genética y, hasta cierto punto, Pandora, al igual que Nunca Jamás, el Reino de Oz o el mundo de Fantasía, son creaciones de la imaginación humana que expresan ese recuerdo acerca de nuestro verdadero hogar, aunque sin duda la realidad de las moradas celestiales de Dios superará todo lo imaginado.
Avatar, pues, como la fantasía definitiva de nuestro tiempo, que además ubica esa dicotomía entre la corrupción terrenal y la pureza del mundo celestial en un mismo plano de realidad física donde los "valores" del materialismo y de las grandes corporaciones de la industria y las finanzas se enfrentan a todo lo que los Na' vi representan: el amor a la tierra, a la familia y a la naturaleza sacralizada. Sully, por su parte, es tentado con la promesa de obtener piernas reales que le permitan volver a caminar y dejar la silla de ruedas, pero elegirá la opción de las piernas "soñadas", siendo el sueño finalmente la única realidad verdadera una vez superada la tentación satánica encarnada en el coronel Miles, brazo armado de la corporación. En definitiva, necesitamos urgentemente acabar con nuestros proyectos y sueños terrenales, y poner nuestro corazón en las realidades celestiales.
A pesar de todo el esfuerzo y el arrojo es una película que no termina de ser lo que pretende ser. Cámeron nos vale como cineasta de la distopía cruda y oscura, pero cuando se mete en las texturas del cuento de hadas, con sus mundos de fantasía y sus seres feéricos azulados, no nos lo terminamos de creer. No nos permite realizar ese acto de Fe que sí permiten otros referentes como El Mago de Oz o Harry Potter. El realismo distópico y el cuento de hadas no cuadran, o al menos Cameron no lo logro, no deja poso más allá del mensaje y perfecta descripción y desarrollo de un soñador.
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